viernes, 25 de abril de 2008

Leopoldo Alas ,Clarín , Escritor español

"Los que opinan que ha pasado el tiempo de combatir con todas armas el poder del fanatismo y los absurdos de la superstición, son tan peligrosos para el progreso como los que piensan que ese tiempo no ha llegado"
Clarín

Nació el 25 de abril de 1852 en Zamora. Su padre fue gobernador civil. Se inicia con composiciones religiosas y satíricas, y será el único redactor del periódico Juan Ruiz, escrito a mano, que distribuirá entre sus compañeros de estudios. Cursó estudios de derecho en Madrid, donde empezó a escribir en revistas. Con sus compañeros Tomás Tuero, Pío Rubin y Armando Palacio Valdés crea en Madrid la tertulia de la Cervezería Inglesa de la Carrera de San Jerónimo, llamada también Bilis Club por la agudeza de las críticas que en ella se vertían, y de la que surgirán los tres números de la revista satírica Rabagás (1872). Obtuvo la cátedra de Derecho Canónigo en Oviedo en 1883, donde permaneció hasta su fallecimiento. Entre sus obras críticas figuran los Solos de Clarín (1881) y Galdós (1912). Escribió también cuentos y dos grandes novelas, La regenta y Su único hijo (1890). La regenta (1884-1885) fue su obra maestra y tiene como trama central el adulterio. La joven provinciana e inexperta Ana Ozores se casa con Víctor Quintanar, ex-regente de la audiencia de Vetusta (Oviedo), hombre bondadoso, aburrido y mucho mayor que ella. Ana se convierte en presa del donjuan provinciano don Álvaro y de su propio confesor don Fermín de Pas, hombre soberbio y ambicioso. En 1895 estrena su única obra teatral, Teresa. Falleció en Oviedo en 1901.


La Regenta

Uno
La heroica ciudad dormía la siesta. El viento sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, palas y papeles, que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina, revolando y persiguiéndose, como mariposas que se buscan y huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisibles. Cual turbas de pilluelos, aquellas migajas de la basura, aquellas sobras de todo, se juntaban en un montón, parábanse como dormidas un momento y brincaban de nuevo sobresaltadas, dispersándose, trepando unas por las paredes hasta los cristales temblorosos de los faroles, otras hasta los carteles de papel mal pegados a las esquinas, y había pluma que llegaba a un tercer piso, y arenilla que se incrustaba para días, o para años, en la vidriera de un escaparate, agarrada a un plomo


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